Ahí andamos todos, escribiendo torpemente las páginas de
nuestra vida. Unas nos salen con renglones derechos y buena caligrafía, otros
torcidos, a veces se nos caen borrones que no hay “borrador de tinta Milán”
capaz de enmendarlos, otras tenemos que volver a escribirlas porque nos
habíamos equivocado….Alegrías, menos alegrías, éxitos, menos éxitos, cabreos,
culpabilidades propias o ajenas, felicidad, penurias,… Todo lo que vamos
construyendo, más o menos sólido, en nuestro paso por la vida. “Cada uno se
construye su propia estatua”, como nos enseñó el hermano Amado de María.
Pero a veces, muy pocas veces desgraciadamente, nos ocurre
como a Alicia en el País de las Maravillas, que vamos tan tranquilos andando
por el bosque, y nos caemos en un agujero. Dejamos de escribir y nos ponemos a
sentir.
Eso me pasó a mí el sábado 15 de junio de 2013.
De repente estaba en Gascueña, un pueblo maravilloso hecho
todo de piedra, y empezaron a parecer personas con las que había escrito unas
cuantas páginas en de mi vida, justo de las primeras, en ese tránsito infancia
– adolescencia – madurez que, según dicen los eruditos psicólogos, son las que
van a marcar el resto de nuestras vidas.
Y todo estaba igual y todos estábamos igual. Bueno, no del
todo. El departamento de maquillaje se había encargado de quitar o poner kilos,
las nieves del tiempo platearon algunas sienes y barbas, algunos tenían un pelo
insultantemente largo, otros seguían sin pelo… después de cuarenta y tantos
años.
¡Cuarenta años!
Vivía Franco y estudiábamos Formación del Espíritu Nacional
con don Eugenio, pagábamos nuestros vicios con pesetas, no había móviles ni
ordenadores, ni play stations, ir a Majadahonda era una aventura peligrosísima,
ahorrábamos para irnos a pasar un campamento de semana santa nevado a
Peguerinos y llegar en tren a Cercedilla (primero Las Rozas y después Las
Matas) suponían tremendos madrugones y llevarte un bocata porque el trayecto
era largo.
Bueno, pues todo eso volvió de repente, no como un golpe,
sino como un zarandeo suave para hacernos ver la realidad de lo que
verdaderamente es real: vivir.
Después de los primeros “¿y qué es de tu vida?”, pregunta a
la que nadie respondió, porque la pregunta tiene tela, seguimos hablando de las
cosas realmente importantes. Lo cabrón que era el Gerardo, los fríos y calores
que pasamos por esos mundos de Dios, o las feroces batallas de pedos en Orea
del Pinar que luego se extendieron a otros lugares.
Llevábamos chuletas en forma de fotografías para ayudarnos a
asocias caras y nombres, pero ni hizo falta.
De repente resultó que todos nos sabíamos con letra y
música, canciones que no habíamos cantado en muchísimo tiempo, afirmamos a los
cuatro vientos que no tocamos la lira en el foro romano ni perseguimos
cristianos, que éramos el buen Nerón, recordamos con cariño a los ausentes, nos
comimos un arroz con conejo para chuparse los dedos y nos tomamos un “café de
diseño” que merecía no tener que acabarse nunca.
¡Estábamos vivos y viviendo! No hablamos de la crisis, ni de
Bárcenas, ni de los ERE ni de la prima de riesgo, porque no había lugar para
ello. Hablamos de lo importante.
Por eso, cuándo volvía en el coche saliendo del agujero en
el que me había caído, volvían a mi cabeza todos los otros temas de los que no
había hablado, las páginas de nuestras vidas que teníamos que poner en común,
como hicimos con las canciones, los vericuetos por los que habíamos pasado para
volver a juntarnos, a qué nos dedicábamos ahora, si teníamos hijos o incluso
nietos, qué querríamos ser de mayores, cuáles eran nuestras luchas para
conseguir ser felices y cómo iba nuestro pulso con la otra realidad, con la que
estaba fuera del agujero.
¡Horas y horas de conversaciones que quedan pendientes!
¡Hay que solucionar más temprano que tarde este problema, compañeros!
Fco.Javier Nieto Suárez
Fco.Javier Nieto Suárez
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